Esta es la pregunta de este tercer domingo de Pascua que el Señor hace a Pedro, pero también a cada uno de nosotros. ¿Qué es lo que amo en mi vida?
Después de comer, Jesús invita a Pedro a dar un paseo y la única palabra es una pregunta, una pregunta de amor: ¿Me amas? Jesús no va al reproche ni a la condena. Lo único que quiere hacer es salvar a Pedro. Lo quiere salvar del peligro de quedarse encerrado en su pecado, de que quede «masticando» la desolación fruto de su limitación; del peligro de claudicar, por sus limitaciones, de todo lo bueno que había vivido con Jesús. Jesús lo quiere salvar del encierro y del aislamiento. Quiere liberarlo de la tristeza y especialmente del mal humor.
Pedro jamás puede olvidar esta pregunta: «¿Me amas?». La lleva consigo adondequiera que va. La lleva a través de los siglos, a través de las generaciones. En medio de los nuevos pueblos y de las nuevas naciones. En medio de lenguas y de razas siempre nuevas. Todo esto no significa otra cosa que responder siempre y constantemente, con tenacidad y de manera consecuente, a esa única pregunta: ¿Tú amas? ¿Tú me amas? ¿Me amas cada vez más?