Hemos comenzado este tiempo de Cuaresma, un tiempo para descubrir cómo podemos ser signos del amor de Dios. Y el primer domingo, que contemplamos se nos presenta a Jesús llevado, por el Espíritu, al desierto, para ser tentado. Porque es en el desierto, en el silencio, donde solamente se contempla arena, donde se carece de una sombra para cobijarse, cuando nos encontramos ante nuestra propia realidad, la que nos rodea.
No podemos “huir” y Jesucristo nos enseña a saber estar en el desierto: afrontando la vida. No se instala en la queja, ni el desánimo, ni el decir porque me ha tocado esto. Ni cae en la tentación de la nostalgia. Sino que nos muestra como tenemos que actuar para evitar caer en la tentación.
PNos muestra como la oración nos abre el corazón a Dios. Como la oración nos ayuda a mirar más allá, sin perder el pie en la arena del desierto. Pero nos muestra un horizonte. Como la oración, nos descubre a un Dios que sigue caminando con nosotros, que nos dice aquí estoy, para caminar contigo. Para enfrentarnos juntos a esta etapa, sabiendo que Yo he vencido, que el mal, el egoísmo, el odio, no tiene la palabra final. Sino la vida de amor entregada en la cruz y resucitada.
Este primer domingo de cuaresma, es un momento precioso para pedirle al Señor que nos dé la fuerza de mirar la vida, de afrontar la vida, como Él. No tener miedo al desierto, porque tenemos la mejor respuesta: el amor. Y no nos faltará ni el aliento, ni el descanso, ni el ánimo si ponemos nuestra vida cada día en sus manos. Entonces así evitaremos caer en la tentación de creer que esto depende de nosotros o que no tiene solución y huir.