Domingo II de Pascua, también llamado de la Divina Misericordia, es un momento para descubrir esa misericordia de Dios con todos nosotros, como del Resucitado solamente sale misericordia y reconciliación. Y eso lo descubrimos en las lecturas de este domingo.
Los apóstoles con las puertas cerradas por miedo. Cuando tenemos miedo, cerramos la puerta de nuestro corazón a la luz del Resucitado, a la paz de Dios. Que es lo que nos trae Dios cada día , porque se pone en medio de nuestros miedos, fracasos, debilidades y nos mira y nos dice aquí tienes la paz.
La grandeza de Dios es que Jesús no se rinde, no se cansa de nosotros, no tiene miedo de nuestras crisis, de nuestras debilidades. Siempre vuelve: cuando se cierran las puertas, vuelve; cuando dudamos, vuelve; cuando, como Tomás, necesitamos encontrarlo y tocarlo más de cerca, vuelve. Jesús comprende la dificultad de Tomás, no lo trata con dureza y el apóstol se conmueve interiormente ante tanta bondad. Y es así que de incrédulo se vuelve creyente, y hace esta confesión de fe tan sencilla y hermosa: «¡Señor mío y Dios mío!» .