«El que se humilla será enaltecido» XXX Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo C, 2025)

Seguimos con el tema de la oración, si la semana pasada nos hablaba de la constancia y la gratuidad, que se transforma en confianza. Hoy concretamente nos recuerda que Señor, la importancia de la humildad en la oración. Dos actitudes la del fariseo y la de publicano.

El fariseo reza «de pie», y usa muchas palabras. Su oración es, sí, una oración de acción de gracias dirigida a Dios, pero en realidad es una exhibición de sus propios méritos, con sentido de superioridad hacia los demás, a los que etiqueta negativamente. ¡Reza a sí mismo! En lugar de tener ante sus ojos al Señor, tiene un espejo.  

En cambio, el publicano se presenta en el templo con espíritu humilde y arrepentido. Su oración es muy breve, no es tan larga como la del fariseo. Nada más. Presentándose «con las manos vacías», con el corazón desnudo y reconociéndose pecador, el publicano muestra a todos nosotros la condición necesaria para recibir el perdón del Señor. Al final, precisamente él, así despreciado, se convierte en imagen del verdadero creyente. La humildad es más bien la condición necesaria para ser levantados de nuevo por Él, y experimentar así la misericordia que viene a colmar nuestros vacíos.

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