“La indiferencia es cobardía a cambiar las cosas” XXVI Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo c, 2025)

El Evangelio de este domingo en la parábola que nos narra el Señor, vemos las consecuencias de la indiferencia, con respecto a Lázaro, por parte del rico. Es curioso que sabía el nombre del pobre, porque así lo llama: ¿qué le había pasado?, ¿cómo había llegado a esa indiferencia? Seguramente se diría que se lo currara, que estaba ahí porque era un vago, conformismo,… Cuántas excusas vamos poniendo para no implicarnos, cuántas cegueras por no querer comprometer nuestra vida. Para ir levantando esos muros a las vistas incómodas de la vida, donde hay muchos que nos miran y nos piden un compromiso.

Pero, ¿dónde está la raíz de este mal de la indiferencia? Nos lo muestra el Señor en la parábola: no prestar oído a la Palabra de Dios; esto es lo que le llevó a no amar ya a Dios y por tanto a despreciar al prójimo. Conocía la Palabra de Dios, pero no había dejado que empapara su corazón. La Palabra de Dios es una fuerza viva, capaz de suscitar la conversión del corazón de los hombres y orientar nuevamente a Dios. Cerrar el corazón al don de Dios que habla tiene como efecto cerrar el corazón al don del hermano. No tengamos miedo a abrir la puerta. No seamos cobardes, conformistas.

Ábrele la puerta al Señor cada día y descubrirás el gozo de una vida llamada a servir y a amar, una vida llamada a ser rostro de Dios para los demás. A ser ese abrazo, esa mano que levanta, esa mirada de paciencia, esa palabra de perdón y de esperanza. No dejemos que la indiferencia se instale en nuestras vidas

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