Porque el evangelio nos exige, para bien nuestro y eso requiere sacrificio y esfuerzo, por eso hay que hacerse pequeños para escuchar a Dios y entender su mensaje:
«El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí». No está diciendo el Señor que no queramos a nuestra familia, sino recordándonos que hay que ponerle primero a Él. Y eso nos mostrará el verdadero amor a los padres, a los hijos y a los hermanos. Un amor que no se limita a un sentimiento, sino un amor verdadero que sabe decir que no, sabe decir que sí. Sabe estar en medio de la familia buscando siempre la justicia del reino de Dios.
Y eso requiere: “Cargar con la cruz y seguirle”, porque no hay verdadero amor sin cruz. Se trata de seguirlo por el camino que Él mismo ha recorrido, sin buscar atajos. Y si se lleva con Jesús, la cruz no da miedo, porque Él siempre está a nuestro lado para apoyarnos en la hora de la prueba más dura, para darnos fuerza y coraje. La plenitud de la vida y la alegría se encuentra al entregarse por el Evangelio y por los hermanos, con apertura, aceptación y benevolencia
Y todo ello en lo pequeño: «Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños no perderá su recompensa«. Es convertirnos en ese cántaro de agua fresca del Señor para los demás en lo pequeño, en lo cotidiano. Igual que el Señor es para nosotros ese vaso de agua fresca para nuestra sed, reguemos la vida con la bendición de Dios.