Después del evangelio del domingo pasado, donde se nos presentaba esa llamada a ser Buena Noticia, viene la reacción de sus vecinos. La primera reacción fue buena; todos lo apreciaron. Pero después en el ánimo de alguno empezó a insinuarse la carcoma de la envidia y comenzó a decir: « ¿Pero dónde ha estudiado éste? ¿No es éste el hijo de José?». Y empezaron a pretender que Él hiciera un milagro: sólo después creerían. Querían el espectáculo: “Haz un milagro y todos nosotros creeremos en ti”.
Esta reacción es fruto de las habladurías que son armas que cada día envenenan vida social, sembrando envidia, celos y ansia de poder. Podemos transformar nuestras comunidades, familias, lugares de trabajo, amistades en un «infierno»
¿Qué podemos hacer? Ante esto la alegría de amar, que nos presenta la segunda lectura: hacer de nuestra vida un himno, un canto del amor de Dios. La caridad es el distintivo del cristiano. Es la síntesis de toda nuestra vida: de lo que creemos y de lo que hacemos. El amor es la esencia del mismo Dios, es el sentido de la creación y de la historia, es la luz que da bondad y belleza a la existencia de cada hombre. Al mismo tiempo, el amor es, por así decir, el «estilo» de Dios y del creyente, es el comportamiento de quien, respondiendo al amor de Dios, plantea su propia vida como don de sí mismo a Dios y al prójimo.