«He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla!». (Domingo XX del Tiempo Ordinario)

La palabra del Señor, ayer como hoy, provoca siempre una división: la Palabra de Dios divide, ¡siempre! Provoca una división entre quien la acoge y quien la rechaza. A veces también en nuestro corazón se enciende un contraste interior; esto sucede cuando advertimos la fascinación, la belleza y la verdad de las palabras de Jesús, pero al mismo tiempo las rechazamos porque nos cuestionan, nos ponen en dificultad y nos cuesta demasiado observarla. (Papa Francisco)

Lo que tenemos que pedirle al Señor es que su palabra arda en nuestros corazones. Arda de deseos de amar, de entregar la vida. Frente a la frialdad y la mezquindad de mirarnos a nosotros mismos. Necesitamos que el Señor nos de la fortaleza de no tener miedo, de ser valiente a pesar del rechazo de llevar su Buena Noticia a todo lugar de nuestra vida.

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