Si algo nos muestra la parábola de este domingo es lo fácil que se mezcla la cizaña en nuestra vida y en nuestra sociedad. Es decir, experimentamos en nuestro corazón, que somos capaces de cosas hermosas y que somos también capaces de pensamientos, acciones que muchas veces nos da vergüenza. Por eso se debe estar atento, ya que no sólo en el mundo, sino que en nuestro propio corazón portamos ambas semillas que crecen dependiendo de cual cuidamos y atendemos más.
Porque todos sabemos que la cizaña, cuando crece, se parece mucho al trigo, y allí está el peligro que se confundan. Lo vamos asumiendo como algo normal. Esa es la astucia del enemigo, de tal modo que es imposible a nosotros hombres separarlos claramente; pero Dios, al final, podrá hacerlo. Lo que tenemos que evitar es acostumbrarnos a la misma.
Ante la cizaña presente en el mundo, el discípulo del Señor está llamado a imitar la paciencia de Dios, alimentar la esperanza con el apoyo de una firme confianza en la victoria final del bien, es decir de Dios. Y seguir sembrando trigo. Nuestra misión sembrar trigo de Dios.