Empieza el evangelio invitándonos a poner todo nuestro corazón y nuestras esperanzas en las cosas del cielo, no en las de la tierra, pues «donde está nuestro tesoro, allí estará también nuestro corazón». E inmediatamente después viene la recomendación a la vigilancia.
Que van ambos momentos muy relacionados, porque no es una vigilancia desde del miedo, el temor ante lo inesperado o la llegada del Señor y nos vaya “pillar”. Sino es una vigilancia, un estar en vela que parte de reconocer nuestra propia fragilidad, de ser conscientes que no podemos bajar la guardia, ni el esfuerzo a la hora de amar, de ser fieles a la tarea que el Señor nos ha encomendado.